Lo primero que quiero decir es que con este artículo en ningún momento pretendo etiquetar a los niños rebeldes o desafiantes como tal. Todo lo contrario.
Estamos muy acostumbrados a decir que un niño es malo, a decir que es un desobediente, un rebelde, un pegón, etc, cuando no hace lo que nosotros queremos que haga en ese momento, ya sea lo mejor o no para el niño.
Lo decimos constantemente, tanto a ellos directamente como a nuestro entorno, con ellos delante. Lo más probable es que ellos se comporten así porque es el momento en el que más caso les hacemos. Cuando están tranquilos o portándose “bien” no estamos tan atentos a ellos. Sin embargo, cuando no se portan tan bien como a nosotros nos gustaría les prestamos más atención.
Cuando hablamos de ellos delante de otras personas, lo que conseguimos además de avergonzarles, es animarles a que mantengan ese comportamiento, si lo que buscan es ser tenidos en cuenta. Les transmitimos un mensaje erróneo. Creen que como hablamos de ellos delante de nuestros amigos les tenemos más en cuenta y son más importantes. Por lo tanto les da igual, por lo menos son importantes aunque sus padres no hablen bien de ellos.
Si su forma de comportarse tiene como objetivo llamar nuestra atención, de esta manera lo reforzamos.
Una de las grandes herramientas que ofrece la Disciplina Positiva es la de “ponerse en su lugar”. Si miramos a través de sus ojos y nos ponemos en sus zapatos, además de saber lo que sienten, lo que les afectan nuestras palabras y gestos, también somos capaces de encontrar una solución al respecto.
Cuando de verdad eres capaz de empatizar totalmente con tu hijo, te transformas en otra persona. Ya no solo sabes lo que siente y lo que necesita. Sabes como el adulto que eres, resolverlo y sobretodo, sabes entenderlo. Como padres nuestro gran “problema” suele ser que no sabemos qué les ocurre. Seguro que has dicho a veces eso de “no sé por qué se porta así”, “he hecho de todo para que cambie”.
Hacemos de todo, es cierto, nos vamos a internet y buscamos información, hablamos con otros padres, lloramos de desesperación, probamos una y otra vez con distintos métodos, pero lo que pocas veces hacemos es ponernos en su piel.
Tenemos una creencia que nos limita muchísimo acerca del comportamiento de los niños. Consideramos desde que tienen pocos meses de vida que ya son mayores para lo que nosotros llamamos portarse bien. Ya son mayores para dormir solos y no despertarse en la noche nunca. Ya son mayores para llorar. Ya son mayores para portarse como un adulto. Y los adultos ¿cómo nos portamos?.
Los adultos procuramos contenernos (aunque no siempre lo conseguimos), ante situaciones que nos desagradan, nos controlamos, e intentamos portarnos como está establecido que nos portemos en sociedad para poder pertenecer y ser aceptados en un grupo de amigos, de trabajo, o en cualquier lugar donde estemos interesados en tener un lugar.
Los niños, también lo hacen. Hacen todo lo que pueden hacer para ser una parte importante en su familia cuando por distintos motivos no lo sienten así. La diferencia con los adultos es que ellos no pueden controlar muchos de sus comportamientos. Su desarrollo no se lo permite. Tienen muchas más limitaciones que los adultos. Si nosotros como adultos no reaccionamos ante situaciones que no nos agradan como se debería hacer, para un niño es todavía mucho más complicado.
Si asumimos que la realidad es que los niños están desarrollando, que no tienen todas las capacidades que nosotros les pedimos y que hay cosas que no pueden evitar porque su cerebro no está preparado todavía, empezamos a entenderles un poquito más y a conectar.
Ya hablábamos el otro día de conectar con ellos con un juego sencillo para mejorar la comunicación cuando decíamos que no nos escuchan, ni nos hacen caso.
Uno de los primeros pasos para empatizar y entender a nuestros hijos es comprender que físicamente no están preparados para comportarse como nosotros queremos que lo hagan.
Además del juego que os propusimos el otro día, hoy os proponemos algo diferente que os acercará un poco más.
¿Como acercarnos y mejorar la relación con nuestros hijos?
Cuando vengan a tu cabeza expresiones del tipo “es malo”, “es un niño rebelde”, “desobediente”. Sustitúyelas por frases que no etiqueten a tu hijo y no le animen a ser rebelde o malo de verdad. Todo lo que digamos a nuestro hijo se lo va a creer. Recuerda que somos su ejemplo y su principal referente. Cuidado con etiquetarle. Tanto en un aspecto positivo como negativo. No es lo mismo decir “que bien lo has hecho” refiriéndonos a la acción, que “qué bueno eres” refiriéndonos a la persona.
Recuerda siempre que todo comportamiento tiene un objetivo.
Para hacerlo crea una lista de todas las cualidades positivas que tu hijo tiene. Que sea una gran lista. Extensa. Tienes muuuuuchas cosas buenas que poner en esa lista.
Cuando la tengas acabada léela. Varias veces. Léesela a tu pareja, o a quien sea con quien compartes la educación de tus hijos, si es el caso.
Y lo más importante léesela a tu hijo. Hazlo. Da igual la edad que tenga, da igual tenga 4 meses o 15 años. Hazlo. Te servirá tanto a ti como a él.
En muchas ocasiones nos olvidamos de las cosas buenas y damos mucha más importancia a las menos buenas. Entramos en un patrón continuo de “reproches” y negatividad hacia nuestros hijos que lo único que consigue es empeorar la situación. Ellos llegan a creer que son malos de verdad y que por tanto es así como se tienen que portar.
Usa esa lista cada vez que tengas uno de esos días en los que crees que vas a explotar y no aguantas más.
Úsala cuando solo veas a tu hijo como un niño desobediente y no seas capaz de conectar con él.
Hazle saber lo importante que es, lo que valoras sus habilidades y lo que te importan. No que te importa lo mal que se porta y el poco caso que te hace. Valora lo bueno y deja de lado lo menos bueno.
Acepta como es, como se comporta y mira a través de sus ojos.
Disfruta cada oportunidad que te ofrece para aprender y crecer junto a él.

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